jueves, 31 de marzo de 2011

La historia inmortal, de Isak Dinesen

Isak Dinesen, por Richard Avedon

Atención: relato de gran calado. Se trata de una historia aparentemente sencilla: un anciano comerciante inglés, Mr Clay, afincado desde hace décadas en Cantón, tan envidiado por toda la población, por su inmensa riqueza, como odiado por el modo en que la amasó, hundiendo y arruinando sin ningún tipo de escrúpulos a socios y competidores por igual, decide un buen día hacer realidad una historia que había oído a un marinero cincuenta años antes y que, según acaba de descubrir, no era más que una leyenda. Esta leyenda, que, se nos dice, conoce todo hombre de mar, cuenta cómo hace tiempo, en una ciudad portuaria, un anciano se acercó a un joven marinero y le preguntó si quería ganarse 5 guineas. El joven acepta y acompaña al anciano, quien resulta ser un hombre rico que vive en una mansión. Tras una opípara cena, le detalla el trato al desconcertado marino: el anciano se siente cercano a la muerte, y no tiene nadie a quien quiera dejar su inmensa fortuna. Por ello, le pide al joven que entre en una habitación contigua, donde se encontrará con una hermosa doncella. A cambio de las 5 guineas, el marinero tendrá que proporcionarle un heredero.


Esa es, a muy grandes rasgos, la esencia de la historia original, que en realidad no es sino la historia dentro de la historia, "the kernel", como se decía en El corazón de las tinieblas. Pero quiero hacer hincapié en lo de los grandes rasgos, porque una de las característica de este relato (lo confieso, el primero que leo de Dinesen; vendrán todos los demás) es que cada frase parece remitirnos a otra historia, cada frase tiene un significado semioculto, una referencia que se nos muestra, a veces de manera  clara, otras, más esquiva, pero que no logramos hacer encajar del todo en una "interpretación." Como debe ser. Hablamos de literatura.

El judío errante, de Gustavo Doré

Pongamos por ejemplo las constantes referencias a Mr Clay como "creador", omnipotente", sin olvidar que su nombre en inglés significa "arcilla", y a quien, según cuenta la leyenda, nadie podía mirar a los ojos. Fijémonos en su empleado, al que se le atribuyen algunas curiosas características, como por ejemplo un exhaustivo conocimiento de los caballos heredado de un antepasado. Este empleado, Elishama, es definido por uno de los personajes como "el judío errante", y durante un tiempo cumple un papel que parece una parodia de Sheherezade. Elishama desencadena esta postrera obsesión de su superior cuando, al preguntarle éste si conoce otro tipo de libros, "libros que no trataban de compras y ventas, sino de otras cosas, que alguien hubiera puesto por escrito y otra gente leyera", Elishama le muestra un papel que había guardado toda su vida en una cajita roja. Este papel le había sido entregado en su infancia por un hombre muy viejo, que lo había sacado de Polonia en su huida del pogromo, y al que habían enterrado deprisa y corriendo al lado del camino. Cuando el niño aprendió a leer se dio cuenta de que las letras de ese papel amarillento no eran las que él conocía: era hebreo, y el texto, un fragmento de las profecías de Isaías. ¿Las qué? Sorprendido por la ocupación principal de los profetas, profetizar acontecimientos que nunca ocurren, Mr Clay decide que, a diferencia de ese incompetente de Isaías, él sí va a hacer realidad una historia leyenda profecía, en un acto que para don Arcilla será un acto de expiación, mientras que para Virginie, que deja su dignidad a un lado para, a cambio de 300 guineas, volver a la casa de su infancia, significa la posibilidad de tomar cumplida venganza del hombre que arruinó a su padre.


"La historia inmortal" se resiste a interpretaciones claras. Y eso es precisamente lo que la hace inagotable, infinita, como Las mil y una noches, a las que sin duda nos remite. Está tan preñada de sugerencias, misterio y ecos literarios, que el genio de Orson Welles no pudo resistirse y la convirtió en película, hoy casi inencontrable en las tiendas y huidiza en la red, mas no cejaré en mi empeño.
Releída en el acto.

sábado, 26 de marzo de 2011

Catalina la Grande, de Henri Troyat


No se le puede pedir más a un libro. Historia, biografía, y culebrón, con asesinatos de emperadores, zarinas crueles y caprichosas, sexagenarias cepillándose a tiernos mancebos, bebés encarcelados, zares con fimosis, cosacos que afirman ser el zar que todos creían muerto, amantes convertidos en celestinos de su antiguo amor...

"Lacayos, ponedme un poco de colorete"

A Catalina, cuyo verdadero nombre era Sofía Augusta Federica de Anhalt-Zerbst, la vida le cambió a sus tiernos 15 años, cuando la emperatriz Isabel la hizo llevar a Rusia para ver si le convenía como esposa a Pedro Ulrico de Holstein Gottorp, ahijado de su hermana Ana y nieto de Pedro el Grande. No se puede decir que se gustaran, o desde luego ella no se llevó una gran impresión con Pedro Ulrico, quien, por lo visto, aparte de sufrir cierto retraso mental, no había sido muy agraciado por la naturaleza en ningún otro aspecto.

Pedro III de Rusia

Se casaron, pero la noche de bodas el heredero al trono dejó a la desposada esperando en el lecho nupcial y llegó horas más tarde borracho como una cuba. Las noches siguientes los ardores de Catalina tampoco pudieron apagarse, pues Pedro se dedicó a jugar con sus soldaditos de madera en la cama. Pedro, que sufría de fimosis, procuraba compensar su fracaso matrimonial inventándose conquistas y alardeado de ellas ante Catalina, que siguió siendo virgen muchos años después de casarse.

Desde el primer momento de su llegada a Rusia, Catalina, por cuyas venas no corría ni una gota de sangre rusa, se volcó en su nuevo papel de futura emperatriz de todas las Rusias. No sólo se dedicó de lleno a aprender la lengua, sino que además se convirtió a la fe ortodoxa, dándole así un disgusto monumental a su padre, al que vio por última vez el día que salió de su casa. Todo lo contrario de Pedro, quien nunca se consideró ruso, vivía obsesionado con la ora aliada ora enemiga Prusia y soñaba con el día en que, coronado emperador, podría germanizar a gusto su imperio. Es de imaginar quién de los dos se ganó con más facilidad las simpatías de la corte y del pueblo.

Y pronto empezó el desfile de amantes, o como se los denominaba, "favoritos". El primero de ellos fue Sergéi Saltykov, del que se dice que fue el padre de Pablo, pese a que Pedro en ningún momento se dio por aludido y se consideró padre del futuro Pablo I. El tiempo pareció darle la razón, ya que Pablo salió tan feúcho, infantil y germanófilo como Pedro.

Pablo I, otro que murió asesinado 

La lista de amantes es larga y la diferencia de edad nunca fue un problema. De hecho, Catalina pasó sus últimos años, ajada, obesa y desdentada, en compañía de un taimado y retorcido favorito, Platón Zúbov, casi 40 años más joven que ella, y a quien, salvo ella, todos odiaban. Lo odiaba sobre todo uno de los favoritos más insignes de Catalina, Grigori Potemkin. Se daba la circunstancia de que Potemkin, que llegó a ser uno de los hombres más poderosos y que más hizo por ensanchar las fronteras de Rusia por el sur, se había cansado, como les pasaba a todos, de cumplir cada noche en la cama de la emperatriz. Ella, siempre generosa con sus amantes, a quienes regalaba, al final de su relación, joyas, tierras y miles de campesinos, decidió encargar a Potemkin, se supone que de manera tácita, de proporcionarle nuevos favoritos. Y parece ser que siempre daba en el clavo. El problema fue que Platón Zúbov iba por su cuenta, de manera que Potemkin perdió gran parte de la influencia que tenía en la corte.

Grigori Potemkin, irresistible

A la muerte de Isabel, Pedro accedió al trono, pero un golpe de estado urdido por el círculo de Catalina y que al final tuvo que llevarse a cabo de manera un tanto precipitada lo destronó a los 6 meses. Su asesinato unos días más tarde por Alexei Orlov, hermano de Grigori, otro de los grandes hombres en la vida de la zarina, fue un jarro de agua fría sobre la reputación de la recién coronada Catalina, cuya participación en el crimen, un accidente según Orlov, nunca se ha podido demostrar.

Iván VI, zar a los dos meses de edad

Uno de los personajes más trágicos, no sólo de esta historia, sino de toda la historia de los zares, es sin duda Iván VI, o Ivanushka, como se le conocía popularmente. Coronado a los dos meses de edad, fue depuesto al cabo de unos meses por Isabel y encarcelado de por vida. Se le conocía en prisión como "el prisionero sin nombre", dado que se intentó desde el primer momento mantener el secreto sobre su identidad. Encerrado a los 12 años en la fortaleza de Shlusselberg, estaba completamente aislado del resto del mundo, apenas se le permitía ver la luz del sol, y había órdenes de que no se le enseñara a leer y escribir. Cabe imaginar que fue a través de sus carceleros, tan prisioneros como él, como aprendió a leer y descubrió quién era, a pesar de que, como es más que comprensible, su salud mental estaba desde hacía años irremediablemente dañada.

Miróvich frente al cadáver de Iván VI, de Tvorozhnikov

Las órdenes que había dado Isabel, a saber, que bajo ningún concepto se le entregara a nadie con vida, aunque se presentara un documento firmado por la emperatriz misma, habían sido confirmadas por Catalina. Y así, el día en que un iluminado subteniente de la fortaleza llamado Vasily Mirovich descubrió la identidad del sin nombre, decidió acabar con el reinado de Catalina y reinstaurar a un auténtico ruso descendiente de zares. Cuando por fin logró entrar en su celda, se encontró con el cadáver de Ivanushka. Sus guardianes habían cumplido la orden.


Pugachov, de enjaulado...

Otro personaje que cualquier aficionado a la literatura rusa reconocerá es Pugachov, el cosaco rebelde que desencadena los acontecimientos en La Hija del Capitán, de Pushkin. Pugachov aprovechó el descontento de los campesinos, que vivían en condiciones de esclavitud, así como de los cosacos, que se sentían despreciados, y, haciéndose pasar por Pedro III, que estaba en la tumba desde hacía unos cuantos años, encabezó una rebelión que acabó con el cabecilla paseado en jaula por Moscú y condenado a ser descuartizado y luego decapitado. Catalina, sin embargo, se apiadó de él y se saltó el descuartizamiento.

...a icono del comunismo

Y como me pasa siempre con libros como éste, podría seguir escribiendo y escribiendo, porque, una vez más, este libro no tiene desperdicio.

Henri Troyat

Henri Troyat (1911-2007) era nieto del cáucaso, ruso de nacimiento y francés de adopción. Su familia tuvo la prudencia de salir de Rusia antes de que las cosas se pusieran chungas del todo, y tras un periplo bastante ajetreado, recaló en París. Escribió alrededor de 100 libros. Ganó el Goncourt con su primera novela, Día Falso, pero es conocido sobre todo por sus libros de historia y sus biografías, entre las que destacan las de los grandes zares y los clásicos de la literatura rusa del siglo XIX.

Entierro de Henri Troyat en Moscú

Cada página de este libro se lee como un novelón. Como ya me lamentaba en mi reseña de Peter the Great, ¿por qué no podemos tener historiadores así en España? ¿Dónde están nuestros Orlando Figes, Simon Sebag Montefiore, Robert K. Massie, Antonia Fraser, Henri Troyat, Simon Schama...? ¿Tienen los nuestros un concepto mal entendido de lo que es cultura? ¿Es debido a nuestro provincianismo? ¿O simplemente es que a los españoles la única historia que nos interesa es la de la guerra civil? Recuerdo los tebeos de Zipi y Zape; para ese par de diablillos estudiar historia significaba aprenderse la lista de los reyes godos. Desgraciadamente, esa mentalidad continúa en nuestro país de catetos, perpetuada por maestros de primaria, profesores de secundaria y catedráticos de universidad. Si algo es entretenido, es trivial y frívolo. Sólo el aburrimiento eleva el alma. ¡País!

jueves, 17 de marzo de 2011

Contrato con Dios, de Will Eisner


Cuando uno echa un vistazo a las ilustraciones de Will Eisner, tiene la sensación de que se reencuentra con un viejo amigo. Cuando menos, su estilo nos resulta muy familiar. Y es que, aunque yo no había leído nada de él, Eisner (1917-2005), que colaboró en todo tipo de publicaciones (llegó a hacer ilustraciones para el Pentágono),  era un dibujante de los de "la vieja escuela". Entre sus creaciones, destaca Wonder Man, que empezó a publicarse unos meses después del primer Superman (y por el que de hecho su editor fue acusado de plagio), y The Spirit, personaje histórico del comic norteamericano.
Nos cuenta Eisner en el prefacio que a finales de los 70, inspirado por artistas gráficos experimentales de los años 30, se propuso crear una obra literaria gráfica "seria", y que fue él quien acuñó el término "novela gráfica", con el fin de intentar venderle el proyecto a una gran editorial. Ninguna se interesó en aquel momento, aunque desde que por fin fue publicada, hace 27 años, no ha dejado de reeditarse.


Contrato con Dios, trilogía formada por el libro que da título al volumen, además de Ansia de vivir y La avenida Dropsie, está basada en recuerdos y experiencias del autor, y nos cuenta la vida en un bloque de pisos del número 55 de una avenida imaginaria del Bronx.
Es un libro extraordinario desde todos los puntos de vista. A nivel artístico, Eisner es sin duda un maestro. Os recomiendo este enlace (en inglés), donde se analiza el carácter innovador de Eisner en la composición de algunas de las mejores páginas de esta obra.
Y en cuanto a la calidad literaria, creo que está a la altura de los mejores escritores norteamericanos del siglo XX.

Eisner, hijo de inmigrantes judíos, retrata con absoluta maestría el crisol de culturas (de momento he conseguido evitar la palabra "multiculturalidad", ¡bien!; a ver si consigo evitar también "novela coral") que ha sido desde siempre la ciudad de Nueva York. No sólo eso, sino que incluye también fabulosas epopeyas históricas, desde la de los judíos que huyeron de los pogromos en Ucrania, hasta la historia de 100 años del Bronx, como hace en la tercera parte de la trilogía.
Algunas historias están sin duda influidas por mi admiradísimo Isaac Bashevis Singer, que retrató como nadie el mundo de los judíos instalados en la Gran Manzana tras el holocausto. Como en las obras del gran escritor nacido en Polonia, está ahí el hasidismo, está la relación devoción-odio del hombre hacia Dios, y está, en resumen, los restos de la cultura y la vida en el shtetl desplazados a un bloque de pisos de Nueva York. Sin ir más lejos, la primera historia, "Contrato con Dios", así como "Izzy. La cucaracha y el sentido de la vida" (ved aquí un interesante análisis de esta historia), obras maestras las dos, podrían haber sido escrita por el mismo Singer.


Otro de los grandes novelistas que, a mi parecer, influyeron en Eisner fue Bellow, sobre todo el de Las Aventuras de Auggie March. En Ansia de Vivir y sobre todo en La Avenida Dropsie tenemos el mundo de los pillos, la vida durante la Ley Seca, la caída y el auge de tanto listillo y tanto ingenuo en la Gran Depresión, la corrupción en todos los estratos de la sociedad, y el poder de la mafia.
Hay que decir que, si bien todas las historias que componen los dos primeros libros de la trilogía son magistrales, el tercero, La Avenida Dropsie, compuesto de una sola historia, que corre a ritmo de vértigo, que nos presenta a una buena decena de personajes inolvidables, y que, como he dicho antes, nos muestra la historia de una calle del Bronx a lo largo de los últimos cien años, es absolutamente maravillosa y una auténtica obra maestra de la novela gráfica.

domingo, 13 de marzo de 2011

Peter the Great, de Robert K. Massie


Los anglosajones saben escribir libros de historia. Los españoles, no. Ésa es la triste verdad. Hace algo más de un año empecé a leer lo que se supone que es la historia de España más accesible y popular, Breve Historia de España, de García de Cortázar, y ahí está el punto de lectura, entre las importaciones de Tartesos y los utensilios de agricultura de la época.
Robert K. Massie, por el contrario, tiene un poder especial: el de convertir a sus lectores en rusófilos empedernidos. Conmigo, la verdad sea dicha, salía con ventaja, ya que a mí la rusofilia me viene de lejos (en otra vida fui un poeta de cuarta fila del círculo de Pushkin).  
¿Cómo lo consigue? Tomen nota de la receta, historiadores patrios: el secreto de Massie consiste en centrarse en un tema o personaje de indudable atractivo, ser prudente en las dosis de erudición, combinar la "gran" Historia con las historias personales, saber aderezar el relato con el punto justo de cotilleos y morbo, y escribir con elegancia, claridad y sin florituras. El resultado: Peter the Great me ha hecho disfrutar de lo lindo en todas y cada una de sus casi 1.000 páginas. Grande grandísimo libro de historia.

Pedro el Grande, de Valentin Serov

Aparte de medir dos metros, Pedro fue Grande sobre todo por un motivo, a saber, haber sacado a Rusia del medievo y situarla en la Europa del siglo xviii.
En efecto, el país que le dejó su padre el zar Alexis I era todavía la Rusia de los boyardos, dominada en todos los aspectos de la vida por la religión ortodoxa, donde la mujer era propiedad del hombre, y el hombre, a su vez, estaba obligado a llevar barba; una Rusia formada de campesinos (léase siervos), nobleza, con el zar a la cabeza como máxima autoridad, e iglesia, que, a diferencia de la de otros países, no tenía el más mínimo interés en conservar, transmitir, o tan siquiera poseer los tesoros de la cutlura clásica, que rechazaba cualquier influencia extranjera como si fuera el demonio, que se dedicaba a pontificar sobre cuántos dedos había que emplear al santiguarse y que por semejante nimiedad montó, literalmente, un cisma.

La Duma de Boyardos, o un consejo de ministros de la época

Y aparece en escena nuestro Pedro, a quien, desde luego, no le pusieron fácil el acceso al Monomakh, la corona de oro. La rivalidad entre las familias de las dos esposas de Alexis I, los Miloslavsky y los Naryshkin culminó en la rebelión de los streltsy (el cuerpo militar de élite), que se convirtió en un auténtico baño de sangre, del que salió vencedora Sofía, hija de la primera esposa de Alexis. Pedro era hijo de la segunda, Natalia Naryshkina. 
Años más tarde, el descontento por el trato que se les brindaba, y por las innovaciones de un zar que llevaba tres años viajando de incógnito por Europa para aprender a construir barcos, condujo a una nueva rebelión de los streltsy, rebelión que, en este caso, fue su perdición.

La mañana de la ejecución de los streltsy, de Vasily Surikov

La historia de Pedro no tiene desperdicio, desde sus juegos con soldados, armas y hasta regimientos de verdad, hasta sus decretos por los que se prohibían las barbas (aunque luego se podrían lucir, previo pago del correspondiente impuesto sobre barbas), pasando por la Gran Embajada ya mencionada, es decir, los años en que se fue de viaje por Europa para aprender todo lo que no había podido aprender en su odiado Moscú. Se dice, por cierto, que este odio a todo lo que representaba la ciudad, es decir la superstición, la tradición irracional y, en resumen, la oscuridad del espíritu medieval, fue lo que le impulsó años más tarde a fundar, en medio de una inhóspita marisma, la ciudad de San Petersburgo. Historia épica donde las haya.

Sofía Alekséyevna, hija de Alexis I, recluida en el convento de Novodevichy (Iliá Repin)

La Gran Embajada fue el primer paso hacia la apertura de Rusia a occidente. Pedro no sólo adquirió conocimientos de navegación, carpintería, relojería, arquitectura, sino que contrató a expertos en todas las materias para llevarlos a Rusia y que contribuyeran a la modernización del país.

El alzamiento de los streltsy de 1682 (Nikolai Dmitriev-Orengbursky), en el momento en que Natalia Naryshkina muestra al zarévich Iván V a los streltsy, dado que corría el rumor de que había sido asesinado.

Pero el momento decisivo, o quizá habría que decir la época decisiva, en el reinado de Pedro I fue, sin la de la Gran Guerra del Norte, en la que se vieron implicados, entre otros, Dinamarca, las provincias bálticas, Polonia, y sobre todo Rusia y Suecia, el otro gran Imperio de la zona. Vaya pedazo de personaje era también Carlos XII de Suecia. Se merece el solito otro libro entero para él. ¡Qué reyes los de aquellos días, capaz de morir de un disparo en la sien, en la trinchera junto a sus tropas! 

Carlos XII de Suecia, o lo que le pasa a un rey que se empeña en luchar junto a sus tropas.

Capítulo tras capítulo, batalla tras batalla, enmedio de turcos, suecos, tártaros, cosacos, con episodios como el del kalabalik, donde cientos de soldados del ejército turco atacaron al rey de Suecia, que, con un puñado de hombres, se defendió con éxito; o con batallas como la de Poltava, probablemente tan crucial para el destino de Europa como lo fue la de Waterloo, vamos pasando las páginas, una tras otra, fascinados.

Eudoxia Lopukhina, primera esposa de Pedro el Grande, a la que éste despreciaba y acabó por encerrar en un convento, lo que, a todos los efectos, tenía validez como divorcio.

El zar no había cumplido los diecisiete cuando lo casaron con Eudoxia Lopukhina. Por el bien de la sucesión, hijo mío. Vale mamá, ¿puedo ir a jugar ya con mi ejército? Pero ya le habría gustado a Eudoxia que la indiferencia hubiera durado para siempre. Porque diez años más tarde, harto de esa mujer sosa, sumisa y educada en los valores más tradicionales de la vieja Rusia, Pedro la recluyó en un convento. 
La zarina le había dado tres hijos, pero sólo uno de ellos, Alexis, tuvo la mala fortuna de salir adelante.
Con el tiempo, Pedro se casó con Catalina, en otro acto que demuestra la importancia que tenían para Pedro las tradiciones. 

Catalina I, de Jean-Marc Nattier. De hija de campesino a emperatriz.

Catalina era hija de un campesino lituano, probablemente de extracción católica. Cuando su padre murió, fue acogida por Ernst Gluck, pastor luterano. La chica creció, se desarrolló y, según se dice, la señora del pastor, curándose en salud, la animó a casarse con un soldado sueco que pasaba por allí. Según otras fuentes, de hecho llegaron a casarse. El caso es que toda la familia Gluck fue apresada por los rusos, aunque el mariscal Sheremetev aceptó la propuesta del pastor, hombre culto y de lenguas, y lo envió a Moscú para a servir al zar como intérprete. La chica, no obstante, entró a formar parte del servicio doméstico de Sheremetev, uno de los hombres de confianza del zar. Así que un día los dos se vieron, se gustaron y ocurrió lo que tenía que ocurrir.

Carlos XII y Mazeppa tras la batalla de Poltava, de Gustav Cederström. Mazeppa, atamán de los cosacos, cambiaba de bando con una facilidad pasmosa.

La historia de Alexis es de auténtico culebrón. Cabe imaginar que el chico, educado por su madre, no veía con muy buenos ojos al hombre que con tanta crueldad trataba a ésta y que acabaría por arrancarlo de sus brazos para siempre. Así, desde el primer momento, Alexis parecía destinado a ser más un rival de su padre que un sucesor. A ello contribuyó en gran medida la educación que se le proporcionó, primero a cargo de su madre y posteriormente de boyardos y sacerdotes, así como las amistades de que se rodeó. En honor a la verdad, sin embargo, al joven zarévich la corona no le atraía demasiado. Al contrario de su padre, Alexis era un hombre de inquietudes intelectuales, aficionado a la lectura y a la vida contemplativa, y no dado en absoluto a la acción. 
Se casó con la princesa alemana Carlota Cristina, y aunque al principio todo fue bien, Alexis no tardó en entregarse a la bebida y maltratar verbalmente a Carlota. Cuando esta murió, tras su segundo parto, Alexis dejó de ocultar su relación con Afrosina, prisionera finlandesa que había entrado en el servicio doméstico de su profesor. ¡Caramba, como está el servicio! solían exclamar las zarinas. 

Pedro I interroga a su hijo el zarevich Alexis (N. N. Ge) sobre quién le ayudó a escapar con su amante a a Viena y pedir protección al emperador Austriaco. 

En vista de que el heredero al trono se tomaba su glorioso destino a la ligera, Pedro decidió darle un ultimátum. O aprendes a comportarte como corresponde a un zarévich, o te aparto de la sucesión. Craso error. Alexis se dijo la ocasión la pintan calva y decidió renunciar a la corona.
No tan rápido, respondió Pedro, que empezó a sospechar de su hijo y de sus malas amistades. ¿Cómo se puede renunciar al trono con tanta facilidad? ¿Qué estarían tramando? Así que decidió darle un segundo ultimátum a su hijo. O te ganas la corona, o te haces monje. Eso ya le hizo menos gracia a Alexis. No había otra solución: coge a tu chica y pon pies en polvorosa. 
Los agentes de Pedro comenzaron entonces a seguir la pista del zarévich en una investigación, persecución y ejercicio de persuasión que no tendría nada que envidiar a la caza de disidentes por parte del KGB. Las consecuencias de esta aventura, para los implicados y para aquéllos a quienes Alexis se vio obligado a implicar, fueron desde fatales hasta funestas, pasando por horrorosas, monstruosas y atroces.
Y con este asunto liquidado, Pedro pudo dedicarse de lleno a concluir la guerra contra Suecia, proclamarse Emperador de todas las Rusias, dejar a la iglesia ortodoxa sin poder terrenal, y administrar su gigantesco imperio. 

Pedro el Grande en su lecho de muerte, de Ivan Nitkin

Y apenas he contado nada. Este libro es una maravilla. ¿Por qué no podemos tener historiadores así en España?
Afortunadamente, me está esperando otra Grande, Catalina II, de Henri Troyat. Y ya estoy pidiendo en amazon Nicolás y Alejandra, del mismo Massie. Y menos Real, pero igual de fascinante, pronto les hincaré el diente a la biografía de Tolstoy, de A.N. Wilson, y a los años mozos de Stalin, de Simon Sebag Montefiore.

lunes, 7 de marzo de 2011

Un hombre que duerme, de Georges Perec

Cuando una novela está escrita en segunda persona, sabes que el protagonista no muere al final. Naturalmente, esa falta de intriga sobre el desenlace repercute en el tedio que nos produce la lectura. A veces, ese tedio es absolutamente irredimible (pienso ahora en la indescriptiblemente pretenciosa La Montaña del Alma, de Gao Xinjian, o en La Sra. Caldwell habla con su hijo, de Cela, infumable desde que la empiezas hasta que la abandonas -no se conoce el caso de que alguien la haya podido acabar). En otras ocasiones, el tedio se erige en uno de los protagonistas de la historia, como sucede con El hombre que duerme, mi primer Perec, autor que, a juzgar por esta novela, sabe como pocos transformar el tedio en fascinación. Tanto es así que fue terminarla y volverla a leer.

Novela cumbre de la "literatura Bartleby", se nos dice en la contraportada. Bueno, pues ya tenemos un nuevo género literario. Para mí, sin embargo, la novela pertenece a otro género, casi tan viejo como la literatura misma, y uno de mis favoritos. Se trata, cómo no, de la "novela de puntas dobladas", aunque también está influida por la "novela de párrafos marcados con lápiz". Porque al cansino cliché sobre la maestría y el genio que el lector encontrará en cada página, en cada párrafo, en cada línea y en cada palabra, Un hombre que duerme está bastante cerca de hacerle justicia. 


Un estudiante de sociología decide un buen día no levantarse de la cama, no ir a hacer el examen, y no contestar a las llamadas de sus amigos. ¿Qué lo mueve a tomar esa decisión de apartarse de la vida, de, por así decirlo, dejar de hacer y quedarse en el ser, o más exactamente, en el mirar? No sabemos exactamente de dónde le viene la revelación, si es que ha tenido alguna, o cuál ha sido la gota que ha colmado el vaso, aunque nos da la impresión de que "ha visto la luz."
Con un dominio de la ironía y la paradoja pasmoso, el autor nos muestra esta visión desde las primeras líneas:

Apenas cierras los ojos, la aventura del sueño comienza. A la penumbra conocida de la buhardilla, volumen oscuro cortado por detalles...

Así entramos en una descripción de la oscuridad, donde, con un detallismo agotador, nos sumimos en una negritud casi absoluta, repleta de formas intuidas, líneas verticales y horizontales, volúmenes y superficies.

...como si, más precisamente aún, la contracción que ejerces sobre el trazo de tus cejas cuando cierras los ojos tuviera el efecto de modificar la inclinación del plano en relación con tu cuerpo...

Nos introducimos en un mundo inundado de banalidad y materialidad, un mundo en el que nuestro cuerpo es una pieza más. Así, nos hemos despertado convertidos en nosotros mismos, y esta revelación de nuestra banal monstruosidad o monstruosa banalidad nos la trae inevitablemente el eco de Kafka.

Lo que te perturba, lo que te conmueve, lo que te da miedo, pero que a veces te entusiasma, no es lo repentino de tu metamorfosis, es, al contrario, justamente el sentimiento vago y pesado de que no se trata de una metamorfosis, de que nada ha cambiado, de que siempre has sido así, incluso aunque no lo supieras hasta hoy...

Pasado un tiempo, el protagonista visita a sus padres en el campo, visita que ni reconforta ni deja de reconfortar al protagonista. Apenas habla con ellos y los ve sólo en las comidas. Tan sólo la naturaleza le ofrece... ¿el qué?

He ahí la naturaleza que te invita y te ama (...) El paisaje te inspira poco, la paz campestre no te onmueve (...) Sólo te fascina de vez en cuando un insecto, una piedra, una hoja caída, un árbol: a veces permaneces horas mirando un árbol, describiéndolo, analizándolo (...) Te parece que podrías pasarte la vida ante un árbol, sin agotarlo, sin comprenderlo, porque no hay nada que comprender, sólo que mirar...

El ojo es otro de los protagonistas de la novela, algo que hay que relacionar con el punto de vista elegido por Perec. El punto de vista lo es todo. Su elección no puede ser gratuita. No se puede elegir la segunda persona para pretender dar más enjundia a la historia, ni con fines experimentales, porque lo único que conseguirás será quedar como un pomposo pedante y aburrir a todo el personal. Pero en esta novela, donde los papeles de observador y observado, lector y leído, ojo y mundo se intercambian de principio a fin, la segunda persona se antoja inevitable. En otras, no llega ni a fuego de artificio.

No eres más que un ojo. Un ojo inmenso y fijo que lo ve todo, tanto tu cuerpo arrellanado como a ti mismo, observador observado, como si se hubiese girado completamente en su órbita y te contemplase sin decir nada, a ti, al interior de ti...

Y así sigue lo que tiene de historia esta historia. Hasta que, hacia el final,

En un día como éste, algo más tarde o más temprano, todo vuelve a empezar, todo continúa.

Como ya he dicho, en cuanto terminé el libro volví a leerlo desde el principio. Y ahora que escribo esta reseña y vuelvo sobre los párrafos marcados, sobre las páginas con las puntas dobladas, y sobre lo que no marqué, me maravilla más y más esta novela. Perec es capaz de reflejar con absoluta maestría la paradoja sobre la imposibilidad de llegar a otro ser humano, a pesar de que (o precisamente por ello) hemos salido de nosotros mismos para observarnos. Perec nos habla de la vacuidad del ser humano en la gran urbe, la banalidad de todo lo que nos rodea y la banalidad de cualquier intento de rebelión, la banalidad de cualquier reflexión, de cualquier sentimiento sobre la banalidad. 

La indiferencia es inútil. Puedes querer o no querer, ¡qué más da! Jugar o no jugar una partida de pinball, alguien, de todas formas, introducirá una moneda de veinte céntimos en la ranura de la máquina. Creerás que comiendo cada día lo mismo realizas un gesto decisivo. Pero tu rechazo es inútil. Tu neutralidad no quiere decir nada. Tu inercia es tan vana como tu cólera.

Y me dejo tantas ideas en el tintero...

Apenas sabía nada de Perec. Sabía de El secuestro, pero no podía sentirme menos interesado por esa novela escrita en francés sin la letra e y traducida al español sin la a. No estoy seguro de que semejante desafío ni otros jueguecitos me puedan llegar a interesar. Tengo, sin embargo, en algún rincón de mi casa La vida: instrucciones de uso, considerada por muchos su obra cumbre y a la cual, sin lugar a dudas, voy a dar una oportunidad. Y ahora, a buscar por las bibliotecas otras obras de Perec que, como la que nos ocupa, está recuperando la editorial Impedimenta.
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